MES MORADO

José L. Rénique


Casi al mediodía, la imagen del Cristo de Pachacamilla aparece ante las cerca de dos mil personas que llevan un par de horas de paciente espera. Se sueltan los globos blancos y morados. La banda suena casi exacto como la Republicana de mis recuerdos. En el aire el aroma inconfundible del anticucho. Los niños muertos de miedo levantados por los hermanos ante los ojos purificadores del Señor. Las señoras sollozan. Hay un grupo de cantoras negras que parecieran recién llegadas de La Victoria. Con toda su vieja sabiduría, don Victor Solís, mayordomo de la Quinta Cuadrilla, ordena las evoluciones de los cargadores: bajar la escalera, avanzar rítmicamente, la venia al templo, un descanso, la fila de los cargadores de honor -encabezada por el Cónsul- se abre paso para cumplir con su turno.

Tratamos de acercarnos moviéndonos por uno de los extremos de la multitud. La masa es compacta. "No hay procesión sin pisotones" dice una tía. "Si te pierdes marcas 911" responde alguien. Como la hermandad cumple 25 años, a la primera parada, los fieles le cantan Happy Birthday al Señor. Las lágrimas, la unción, esa especie de pena hecha ruego en la oración crean una atmósfera de recogimiento. Abriéndose paso entre el humo de las sahumadoras las andas avanzan hacia nosotros. Un gran banderín del Alianza Lima pende cerca de una de las manos agujereadas del Cristo moreno, busco automáticamente el de la U sin encontrarlo. Inés se asusta. Nos movemos hacia la esquina. Dos policías discuten con un par de señoras que insisten en vender turrón de Doña Pepa desde la maletera de su automóvil.

Volteando la esquina , un buen número de feligreses se dedica a consumir las delicias nacionales. A lo largo de un par de cuadras se ha autorizado la venta de comida. Los hermanos de la Quinta Cuadrilla recorren el área advirtiendo "que hay que dejar bien limpio sino el próximo año no nos van a dar autorización." De los postes, ahí de donde es posible colgarlas, se han colocado bolsas de basura que personas especialmente designadas cambian de rato en rato con el mayor celo. Me refocilo en la familiaridad de este olor que Inés asimila metiéndose la mano completa a la boca. Ante una montaña de arroz con pato con un pimiento morrón como estandarte victorioso dice, finalmente: ¡COMIDA! No es su hora: éste es apetito puro, pienso. Nos detenemos en el puesto de la "Tía Nora" según reza el improvisado letrero hecho a fuerza de plumón. La tía se multiplica atendiendo pedidos. A mi lado, un viandante reclama más cebolla para su arroz en el delicioso dialecto de los barrios de Lima: "oe compare, caete pe' con un poco más de ceboíta", sin obtener respuesta, comenta "este moreno parece que está medio sordo." "Es que es pakistaní -aclara la tía Nora, especificando la procedencia de su yerno que sirve los escabeches con la misma familiaridad que si fuera alguna variedad del curry."

Sobre mis hombros, Inés -que sigue con la mano completa dentro de la boca a pesar del arroz con pato y su correspondiente picarón- mira la réplica en miniatura de una de las grandes escenas de mi infancia.

A la de las Nazarenas íbamos sólo de lejos. Era en la procesión local, la del Señor de los Milagros del Rímac cuya imagen salía de la Iglesia de Santa Liberata, en la que participábamos directamente. Recuerdo que un año al pasar el anda delante de mi casa a mi hermano lo levantaron haciendo la señal de la cruz delante del rostro del señor. Estaba lívido (mi hermano). Al año siguiente le pusieron hábito. A mí no. "Tú eres muy malcriado" me dijo la vieja, "si te portas bien este año, quizás el próximo." En silencio, los celos me corroyeron por mucho tiempo, la absolución nunca llegó. Un año, hacia comienzos de los 60, la procesión tuvo para nosotros un significado muy especial. Debíamos mudarnos de nuestra casa en la Alameda de los Descalzos. Como pertenecía a la Beneficencia Pública, lo que correspondía era notificarles de la mudanza y proceder a entregar las llaves. El alquiler era tan barato, sin embargo, y el tío Leoncio vivía tan estrecho... Previendo las mudanzas clandestinas, la Beneficencia contaba con su propio agente entre nuestras filas. Un guardián que a cambio de desempeñar su función, recibía un departamento sin pago en una quinta que era parte del pequeño agrupamiento vecinal. Era un viejo zapatero remendón que pasaba los días sentado en su banquito en la puerta de su casa observando cada detalle, cada pausa, cada movimiento. Después de largos debates y observaciones familiares, la conclusión de los mayores fue que el único día en que podríamos mudarnos sin que este espía de barrio se percatara de nuestra partida era el día de la procesión. Después, ya se vería como se hacía para hacerle creer que éramos nosotros quienes seguíamos ocupando el numero 118 B altos de la calle Patrocinio. Y es que ese día de la procesión del Señor de los Milagros del Rímac, era el único en que el zapatero-guardián, abandonaba su torre de observación; el único en el año en que el viejo abandonaba su oscuridad cotidiana para convertirse en el orgulloso portador de uno de los estandartes morados que antecedían al prelado que, a su vez, iba lanzando bendiciones a los participantes. Y así fue. Lo recuerdo como si fuera ayer: mi hermano y yo trepados en la ventana que daba hacia la quinta, viendo salir al guardián-zapatero camino a su cita anual con la fama, señal inequívoca para que el camión -que ya esperaba en la calle de la vuelta- llegara hasta la puerta de nuestra casa. Mi tío Leoncio moriría ahí muchos años después. El último enero visité la casa del Rímac por primera vez después de 20 años. Me detuve un instante en la ventana que da hacia la quinta. Todo tan pequeño, tan desvencijado ahora, sustraído ya del aura de aventura de aquel día en que, como decía mi mamá con rendida esperanza, "nos fuimos del Rímac para siempre."

Y ahora Inés, sobre mis hombros, mira las andas de este Señor menor, desembocando hacia el tráfico de la 9na avenida un bellísimo día de otoño neoyorquino. Las caras de furia de los choferes súbitamente interrumpidos por este ritual incomprensible. El candidato al congreso Michael Benjamin discurriendo entre la masa seguido de varios ayayeros portando letreros con su rostro y proclamado: "Meet future congressman Benjamin a champion in defending Hispanic rights, a fighter against Republican anti-immigrant laws." Después de cumplir con cargar las andas, el cónsul da cuenta de un cebiche unos metros más allá. La voz de Carmencita Lara exclama "Nada soy sin tu cariño, nada soy" desde el puesto ambulante de cassettes clandestinos. Algunos transeúntes se detienen a preguntar. Nadie sabe explicar. "We are from Peru; Peru, South America" atina a decir uno de los hermanos." El preguntante, por supuesto, se queda en bolero.

Y es que de todo esto no hay explicación. What you see is what it is Inés. Creamos mundos de humo y olor picante but we never pretend to run the show. Creamos mundos así, moviéndonos todos apuraditos y de morado, sacándole la vuelta a la ley bien calladitos, peleándola siempre aunque no venga nunca la gran batalla. Ayer la mudanza, hoy esta franja de la 9na avenida, llevando nuestras andas entre la bronca y la sorpresa de los choferes de este mundo ajeno.

Octubre 28, 1996


© José Luis Rénique, 1996

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