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Dos poemas de Alberto Escobar

 

Recordando al poeta, lingüista y crítico en el primer aniversario de su muerte

 
 

Hondura del tiempo

Para cuando esto llegue al fin que los dos prevemos,
para cuando haya sucedido,
escribo este poema que tú ya lo conoces.

Pero qué importa lo que escuche ese día
si hoy a mi lado has dicho más,
más de lo que entonces podremos recordar.

De tanto, y de este juego que empezó en tu mirada,
y que aún no adivino cuándo aparecerá,
definitivamente, al margen de la estancia
que devora los maíces del sueño.

Para entendernos bastó cernir un poco el aire,
bastó recoger las luciérnagas del valle de tu miedo
y el cristal que se cimbra a tus pies
al refugiarse la noche de espaldas a nosotros;
también, acariciarle el rostro a aquella niña
que siempre sonreía,
concluir el enojo del parque
y tocar el arroyo del árbol que nos miraba tanto.

Al irnos pensé que ninguna enredadera
es capaz de estrangular su propia estrofa;
que es inútil pensé, mirar el calendario
después de ver el brillo de tus ojos,
que bien vale saber por qué renuncia el día
a su luz interminable,
y por qué, aun ida tú, nos queda claridad
tras de tus pasos, que amurallan mi pecho
como a un tambor extraño
descubierto en la magia de los alucinados.

Para cuando esto vaya al fin, sigue sin fecha...

(De Cartones del cielo y de la tierra, Premio Nacional de Poesía de 1951)


Florencia y tu recuerdo

Lo he escrito en el mural
del agua, en la corteza del otoño,
en la oración de las colinas que perfila
el paisaje, en los puentes del Arno,
tantas veces, y aún sigo escribiendo,
en Florencia, tu recuerdo.

Si te dijera que en el fondo de mí
no deseo hacerlo,
si te dijera que cuando miro el cielo
y descubro tus ojos,
cierro los míos para no seguir viéndote,
si lo dijera, acaso tú,
sí, acaso me hablarías de olvido, del tiempo,
me hablarías con la misma tristeza de una noche
que besé tu mejilla para aprender tu nombre;
me hablarías sin saber que cuando estoy a oscuras,
te me vienes adentro e iluminas
el alma de las cosas que protejo del viento;
sin saber que cuando vanamente
intento separarme, quedar aislado,
es tan sólo, tan sólo para amarte de nuevo,
para empezar a amarte bajo el sol de Florencia.

Porque ahora, amor mío,
quiero decir el resto del recuerdo, quiero
decirte siempre, he de vivir el ocio
virginal del silencio. Si antes lo sabía?

No. No tenía respuesta;
pero han sido estas calles, estas piedras,
este cielo; ha sido lo que ahora está al alcance
de mis manos, que me volvió a la dicha de sentirme
en la vida, que me volvió a la entraña de
esta revelación
que contemplo y recojo de los árboles, del misterio
de una mujer que llora, del afán de un hombre que se va
hacia su trabajo, de la circulación de las estatuas,
del niño que cruza con su carrera alegre;
humanidad que tomo porque sé que tú y yo
estamos gozosa y tristemente en ellos,
que lo estuvimos siempre.
Y me quedo, amor, callado, pensando
en el océano que nos une;
pensando en el color que a esta hora
tendrá el verano en Lima;
pensando que tal vez he tenido este mundo
sin haberlo admirado.

Comprendes por qué no he de escribir tu recuerdo,
por qué cierro los ojos;
y es que estás a mi lado, junto a mí
aun cuando ignores que en mi corazón
tu recuerdo y Florencia tienen un solo nombre,
e ignores que en la noche, al sorprender tu imagen
digo: amor mío, estoy contigo.
Y callo herido de alegría.

(De Diario de viaje, 1958)

* * *

 

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